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Por Tobías Palma, Periodista e investigador en audiencias.

En una semana de mucho ajetreo político, en el mundo de la cultura acontecieron dos hechos que son claros síntomas de la precariedad institucional en la que se encuentra: la publicación de los resultados del estudio “El escenario del Trabajador Cultural en Chile” y la cancelación indefinida del festival “Cielos del Infinito”.

Es probable que este festival sea para muchos desconocido por realizarse tan lejos de la capital. Es un encuentro internacional de artes escénicas que se venía realizando los últimos siete años en la región más austral del país, organizado y producido por jóvenes emprendedores, provenientes de distintas disciplinas y generando notorio impacto en su región, logrando a conciliar una estrecha relación con su audiencia y a enriquecer la cartelera cultural en ciudades y pueblos muy aislados del núcleo de la actividad cultural, que por supuesto se encuentra en Santiago.

A riesgo de ser poco original y de hacer uso de una palabra muy manoseada por estos días, hace falta una reforma de la cultura, que debe ser integral, que no pasa solo por establecer el anunciado Ministerio de Cultura, si no por cambiar el paradigma de aquello que entendemos por cultura y del valor que como chilenos le vamos a asignar a las artes en la vida, no solo de los artistas y quienes trabajamos con ellos, si no de todos los chilenos.

A pesar de esto, hace algunos días la producción anunció la cancelación de la 8va versión, la cual sería indefinida. Los motivos, conocidos y comunes para cualquier trabajado de la cultura: excesiva burocratización de los procesos de recolección de fondos estatales y la falta de garantías de que dichos fondos llegarían, sumado a la escasa participación de fondos privados – distintos de los bolsillos de los propios organizadores – que obligan a depender de los fondos públicos.

Resulta insólito que, después de siete años de experiencia probada, en la que un proyecto privado, pero humilde, es capaz de cumplir una buena cantidad de objetivos planteados por el propio CNCA, deba depender de las postulaciones anuales a fondos de cultura. Resulta insólito, y hasta inaceptable, que esta y otras experiencias de éxito y constancia similares no cuenten con una plataforma que garantice que estos proyectos se realizarán en el mediano o largo plazo.

Si a esto le sumamos las deprimentes cifras arrojadas por la investigación “El escenario del trabajador cultural en Chile”, en la cual se evidencian las pobres condiciones laborales de una buena parte de artistas y gestores, muy por debajo del promedio nacional, resulta evidente que la cultura en nuestro país es un sector cuyo desarrollo está bastante atrasado, para el cual faltan garantías laborales, consolidación de la institucionalidad, articulación intersectorial, participación de privados y fortalecimiento de la formación de audiencias.

A riesgo de ser poco original y de hacer uso de una palabra muy manoseada por estos días, hace falta una reforma de la cultura, que debe ser integral, que no pasa solo por establecer el anunciado Ministerio de Cultura, si no por cambiar el paradigma de aquello que entendemos por cultura y del valor que como chilenos le vamos a asignar a las artes en la vida, no solo de los artistas y quienes trabajamos con ellos, si no de todos los chilenos.

Es el momento indicado, justamente mientras el debate de la Reforma Educacional pasa aún por los aspectos más administrativos, es necesario que la comunidad artística sepamos plantear la necesidad de integrarse a dicha reforma cuando llegue el ansiado debate sobre la calidad, y no solo recuperar las horas perdidas de música y artes plásticas, si no encontrar las fórmulas para que cada niño chileno pueda aprender sobre el valor del arte, como bien simbólico, como bien patrimonial, como bien estético, como bien identitario; como una parte integral de la vida de cada individuo y de toda sociedad.

Pero no solo pasa por la educación. Es necesario cambiar el paradigma del valor del arte en todos los sectores. La precariedad del trabajador en cultura no es culpa del CNCA, limitado de por sí al contar con el menor presupuesto de todos los ministerios. Si en Chile el sector creativo representa solo el 1,6% del PIB, mientras el promedio OCDE es del 7%, es porque nuestro mercado, nuestro estado y nuestra sociedad no valoran la actividad cultural.

¿Cómo sostenemos entonces la paradoja de que cada año tenemos mayor y mejor producción en cultura? Tenemos más teatro, más música y más cine, con una cantidad considerable de obras que son abiertamente reconocidas y exitosas en el extranjero, pero que acá tienen muchas dificultades para acceder a espacios, apoyo y audiencias. Este aumento optimista de la cantidad – y calidad – del arte chileno se ha encontrado con un techo administrativo: no existe un aparato institucional integral acorde a las necesidades del desarrollo cultural. Mientras la producción crece exponencialmente, el aparato permanece estancado.

Esta reforma hipotética pero deseable trasciende el absurdo estancamiento ideológico en el que vivimos sumergidos hace tantos años. Es una reforma que solo puede ser exitosa si se realiza de forma integral, con la participación de distintos sectores de la sociedad, más allá de la izquierda y la derecha, de lo público y lo privado. Es una de las características del arte: es impermeable al mercado. Todo sus sistema productivo funciona fuera de las reglas del mercado y es por eso que es tan difícil hacerlo sostenible. La única forma de conseguirlo es a través de la protección y el fomento, pero eso no puede ser solo responsabilidad del Estado. Debe ser responsabilidad de todos los chilenos. Si no lo entendemos así, estamos negando la importancia del arte en nuestras propias vidas. Y si caemos en esa negación, entonces es poco lo que podemos salvar de nuestra propia identidad.

La bocanada de aire fresco surgió el viernes 28, con la primera sesión del Comité Técnico de Economía Creativa, que integra diversos organismos del estado – entre ellos los ministerios de Relaciones Exteriores, Agricultura, Desarrollo Social, Economía y del Trabajo – y que pretende generar un Plan Nacional de fomento al sector creativo. Es de esperar que este comité sea capaz de involucrar a otros ministerios que brillan por su ausencia – como el de Educación – y transformar la percepción sobre nuestros artistas y nuestra arte. Es de esperar que eso obligue a generar cambios profundos que dinamicen los apoyos que el Estado otorga a los artistas y es de esperar que esos cambios se noten también en la audiencia, en los receptores de esa cultura.

Es de esperar… Sin embargo, cabe preguntarse qué podemos hacer mientras esperamos.

Fuente: El Mostrador

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